Siempre he creído que uno debe hacer lo que le gusta, y encontrar la manera para lo que no, de eliminar la tentación de hacerlo mal. Nunca he tenido un hobbie que haya alcanzado a durarme más de un año y no he sido devoto religioso, ni creyente en ninguna doctrina de la fe; podría decirse entonces que en cierta medida soy agnóstico (porque a pesar de todo de que vuelan, vuelan).
Creo en la globalización de la cultura y el conocimiento, y en la localización de las particularidades de cada territorio, sin embargo, la mayoría de los museos me parecen aburridos y completamente ajenos a la mirada común, anécdotas de viaje tal vez. Ellos reflejan en su mayoría la gran cultura global más que la local. No soy artista: no pinto, no hago música, ni esculturas, ni dibujo más allá de mis medios profesionales. Creo que el arte es una expresión de inquietudes personales y símplemente se establece o no una conexión al momento de su apreciación. Sin embargo me seducen las formas, las líneas, contornos y perfiles; el trazo de tinta del sketch muchas veces más que el vano que dejan las líneas. Creo en la forma como medio de expresión de la arquitectura y como medio para la caracterización de los programas edificatorios. Debe hallar su inspiración en hechos reales, concretos, en vínculos, en relaciones, y no en sinfonías o en sutilezas personalistas recreativas. No creo en las limitaciones. Hoy todo se conecta, se comunica. Todo es posible y justificable, y esa es una peligrosa virtud de nuestro tiempo. Es necesario hacer lo posible por expresarse de manera sencilla (no por eso menos compleja); probablemente por eso me acatarren los discursos sobre elaborados y que, en honor a la verdad, no los entienda… la semántica es vital tanto para el entendimiento interpersonal, como conceptual. Creo en la amplitud de Mies, en la evolución de Le Corbusier, en la seguridad de Wright, en la apreciaciones de Quetglas, la intensidad y desconfianza de Koolhaas y en la sinceridad de Moneo.
La Arquitectura nace y muere, muchas veces nos perdura y otras no. Creo que el hombre debe envejecer cuando quiere y no porque tiene; cuando se da cuenta que ha cumplido con todo lo que hay que hacer y decide cambiar el rumbo. Somos irreversibles e irreprogramables en ese sentido. Los edificios mueren cuando no son bien pensados o son sobre-pensados. Ellos tienen una elaborada ventaja que es necesario aprovechar. Es posible que a lo largo de su vida cambie de sentido, de uso, conservando su personalidad. Ella queda plasmada en su experiencia y su forma. Esto permite repensar y reestructurar un edificio con claridad al momento de verse en la necesidad de intervenirlo. La versatilidad pareciera ser una buena dieta y el ejercicio constante que requiere para su juventud.
Me interesan tanto el QUÉ como el CÓMO, porque creo que la presición del segundo le atribuye valor al primero y eso es vital en la fuerza creadora de la arquitectura. Vamos a estar claros: a nadie le agradan las letrinas.
Camino con gusto la ciudad (cuando es posible), cuando no apesta ni asfixia. La luminosidad tropical es inigualable; máxima en su expresión cromática, precisa en su proyección formal, e implacable en la ausencia de tamiz o refugio. Una buena brisa siempre de aprecia.
Soy perseverante. Suelo seguir lo que creo hasta las últimas consecuencias, llegando a ser testarudo con cierta regularidad. A lo mejor es cierto aquello de “el idiota que persiste en su idiotez, alcanza la sabiduría”… espero descubrirlo pronto.
Creo que uno forja su destino día a día, no está escrito, nada es casual; solo causal y por supuesto, efecto. Creo que la energía se transforma y en el poder de la palabra, ya que el cuerpo es castigo de ella. Creo que no se pueden confrontar distintos problemas con la misma estrategia. A cada caso, un particular.
Creo que las verdades de las cosas son múltiples, aunque con frecuencia, siendo poco original, creo que tengo la mejor opción.
Gran parte de nuestra condición de Arquitecto radica en la idea de perdurar, de transmitir una idea. Creo que por naturaleza padecemos cierto grado de megalomanía y que es la representación física (proyectos y obras), intelectual (investigaciones y publicaciones), y humano (el mensaje a transmitir), lo que alimenta el sentido de nuestra existencia.
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