Frank Gehry estuvo hace unos días en Andorra, presentando su anteproyecto para la sede del Archivo Nacional, allí fue entrevistado muy rápidamente por Llàtzer Moix y esto fue lo que dijo:
Mas después del salto…
¿Qué novedades hay de su proyecto para la Sagrera, en Barcelona?
He ofrecido varias ruedas de prensa sobre este proyecto. Pero no puedo decirle mucho nuevo. Me lo encargó el alcalde Clos. El año pasado me presentaron a Hereu, su sucesor. Me dijo que quería empezarlo durante su mandato. Pero me temo que, con la crisis económica, la cosa está parada.
Habrá que esperar, pues.
Yo ya soy mayor. No podré esperar mucho tiempo. De momento, trabajo en Abu Dabi.
En los últimos diez años, la arquitectura ha ganado mucha popularidad. ¿Cree que ha sido una edad dorada para su disciplina?
No soy partidario de poner etiquetas. No siempre coinciden con la realidad. Admito que la arquitectura es hoy una disciplina potente. Siempre lo fue. ¡Todavía hablamos del Partenón de Atenas! O de la Ópera de Sydney. De hecho, cuando me encargaron el Guggenheim de Bilbao se refirieron a esta obra. Me dijeron: queremos un edificio que haga por Bilbao lo que hizo el de la ópera por Sydney. Dicho esto, no espere que yo le hable de épocas doradas. Lo único que pretendo, cuando me solicitan una obra, es estudiar el solar, sus posibilidades, y también la historia, la cultura e incluso la comida del lugar. Eso es lo que hice en Bilbao. Y de ahí salió el edificio.
En este período, los grandes arquitectos han construido en todos los rincones del mundo. ¿Qué ventajas e inconvenientes ha tenido eso?
Lo bueno es que hubo grandes logros, y que la arquitectura ganó respeto popular. Entre las desventajas… Verá, el talento no abunda. Algunos tienen éxito. Muchos no lo alcanzan. Los afortunados hemos podido experimentar, nos hemos podido permitir algunos excesos, y me siento muy contento por haber disfrutado de esta suerte.
El pasado verano se criticó a arquitectos de fama por trabajar en China o en otros países con limitadas libertades democráticas. ¿Qué opina?
Comparto la opinión del arzobispo Desmond Tutu [que ayer estuvo, como Gehry, en Andorra]: tiendo a creer que la gente actúa de buena voluntad. Yo he rechazado algunas propuestas de trabajo, por asuntos relacionados con derechos humanos. Pero, sobre todo, porque me dio la sensación de que no me iba a entender con el cliente, debido a diferencias culturales insuperables. Luego están las diferencias económicas. En Canadá me invitaron a diseñar la ópera. El presupuesto disponible sólo daba para medio edificio. Me despedí. Concedieron el trabajo a otro. Y, al final, costó lo que yo había dicho. A los clientes a veces les cuesta ser realistas.
Usted ha sido el arquitecto del cambio de siglo. No se ha hablado de ningún edificio tanto como del Guggenheim. ¿Qué metas tiene ahora?
Ojalá eso que dice fuera cierto. Pero no voy a presumir. Yo me siento más cómodo en un estado de saludable inseguridad, preguntándome por qué hago lo que hago, buscando soluciones relevantes… Respecto al futuro, me gustaría enseñar a la gente joven de mi estudio lo que he aprendido.
Tras el éxito del Guggenheim de Bilbao, diversas ciudades españolas han encargado a arquitectos estrella enormes proyectos, a menudo insostenibles.
A veces se buscan efectos que no son los adecuados. Un edificio puede funcionar muy bien si tiene un programa claro, una función clara, y es necesario. Si ocurre todo eso, el edificio alegrará a la gente, será inspirador, conectará con la ciudad donde se levante, la hará mejor. Cuando esas condiciones no se han dado, hemos asistido a una ola ridícula de proyectos desmesurados, encargados a arquitectos estrella, que no logran reproducir el llamado efecto Guggenheim.
Quizás eso suceda porque algunos clientes creen que les basta con encargar una obra “de marca”.
El marquismo se ha convertido en una parte de la cultura contemporánea, como el espectáculo. Lo cual puede producir trastornos.
Sin embargo, arquitectos como Daniel Libeskind reivindican una escultura espectacular, capaz de competir con sus rivales y ganarlos.
No lo veo así. Libeskind es un tipo listo. Pero esa idea responde a un momento particular en el que todo esto se exageró. Esas palabras no le representan adecuadamente.
Ante esta deriva, empiezan a abundar los arquitectos que priorizan las necesidades del usuario y optan por proyectar sin atender mucho a las formas finales de los edificios.
Es importante pensar en los usuarios y mimar los interiores. Pero no debe olvidarse que la parte exterior de un edificio es la que ve el resto de la comunidad. Sería una falta de respeto.
¿Cree que la crisis económica acabará con una época en la que el derroche, con demasiada frecuencia, se ha asociado a la arquitectura?
Yo soy optimista. No creo que la crisis vaya a acabar con todo. Todavía hay dinero en el mundo. Lo que ha fracasado es un sistema financiero basado en el egoísmo y la codicia. Debemos reconstruir la economía sobre otras bases, con mejor voluntad y más honestidad.
El año que viene cumplirá usted 80 años. ¿Cómo se ve la arquitectura desde esta altura vital y profesional?
Es una profesión hermosa, que desempeño al servicio de mis congéneres. Consiste en construir espacios inspiradores, bellos y agradables. Y debe, como todo en esta vida, adaptarse a las condiciones culturales, sociales o económicas. Espero que no se la lleve la crisis.
Antes me decía usted que es optimista.
Sí. Pero eso no quita que en Estados Unidos todos nos estemos apretando el cinturón. Y mucho. He perdido alrededor de un 30% de proyectos que ya tenía en marcha. Aunque, por fortuna, han seguido entrando otros nuevos.
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